Persistir
Esta es la segunda parte de la carta de un maestro de ballet. Si quieres ver la primera parte, está aquí: “Carta a un estudiante/I. Del talento a la clase”.
Debes saber que para lograr tus objetivos tiene que haber además un fuerte deseo de alcanzarlos; es decir, motivación. Me gusta mucho esta palabra. En latín, motivación traduce “causa del movimiento”. Qué mejor vocablo para definir aquel impulso que lleva al bailarín a actuar. ¿Y eso cómo se logra? Eso ya está. ¿Por qué? Ya te lo dije: porque se supone que ya estás en tu elemento. Si me dices que perdiste la motivación por el ballet, te diré entonces que tanto tú como yo estábamos equivocados y que el ballet no es tu talento natural. Y aunque lo fuera, no tendrías por qué sufrir esas radicales sequías de motivación. Si me dices que estás cansado o que no tienes tiempo, no te creo. Cuando hay motivación, encuentras el tiempo. Si hay deseo, el cansancio pasa a un segundo plano.
Si la motivación es un asunto emocional, de las vísceras; la voluntad es un asunto cognitivo, de la cabeza.
En cierta ocasión, uno de tus compañeros, después de varios ires y venires, me informó que se marchaba. No esgrimió excusas y fue directo al grano. “El ballet ya no me mueve”, dijo. Traducción: estoy desmotivado. Entonces, no intenté retenerlo, no me esforcé por convencerlo. Hacerlo habría sido una pérdida de tiempo; ir contra de la corriente, intentar hacer volar a un pez. ¡Escúchame!, quiero ser enfático en esto: de nada sirven objetivos bien definidos si no están enmarcados dentro de una gran meta. De nada sirve tener una gran meta si está desligada de lo que eres, ya que la meta es la fuente emocional de la que se alimentan los objetivos. Ellos, desligados y solitarios, serán presa fácil del más mínimo obstáculo.
El que estés haciendo aquello para lo que naciste y que tengas objetivos bien formulados, no quiere decir que la motivación nunca decaiga. Somos seres humanos y hay muchas variables que intervienen en nuestros estados emocionales. Un día te puedes sentir cansado del ballet y aburrido con tus clases. Pero, créeme, si de verdad este es tu talento, tarde o temprano volverás a él. Podrás irte uno o dos meses, pero ese impulso te arrastrará nuevamente a las puertas de este salón. Si no ocurre de esa forma, es porque no necesitas de la danza. Y si no la necesitas, entonces lo más sensato es que hagas lo que hizo tu compañero: despedirte y reiniciar la búsqueda por otro lado.
Aclarado esto, ¿qué debes hacer frente a estas crisis vocacionales? ¿Cómo enfrentar estos “bajonazos motivacionales”? En primer lugar, no te quedes cruzado de brazos. ¡Claro que no! Espera a que pase la tormenta, pero bajo la lluvia. Es decir, no huyas. Ten paciencia, porque es aquí cuando entra en juego la voluntad. ¡Ojo!, ese será tu paraguas hasta que vuelva a salir el sol.
Si la motivación es un asunto emocional, de las vísceras; la voluntad es un asunto cognitivo, de la cabeza. Sabes que hoy debes ir a clases, pero no sientes un ápice de ganas. Acto seguido, tu buena amiga la voluntad acude en tu ayuda para obligarte a actuar desde el deber ser, de manera consciente e intencionada. O, si toca, a las malas, sin importarle un comino lo que sientas. Así de radical. Lo que te quiero decir es que tienes que obligarte a ir a clase, sin pensar si tienes ganas de hacerlo o no. De hecho, la experiencia te ha demostrado que no te hacen falta «tener ganas» para hacer las cosas. Las haces y punto. Luego, te das cuenta que no era tan difícil y que, la motivación, para tu sorpresa, comienza a regresar.
¡Hay que ser terco para dedicarse a este oficio! Persistir en el logro de los objetivos, persistir en el perfeccionamiento de un paso; persistir frente a las dificultades, persistir a pesar del poco tiempo, del cansancio, de las críticas, de las ampollas…
¡Oblígate! Sabes bien que el tiempo perdido es un recurso irrecuperable, y que la motivación está ahí, ocultas tras las nubes. Mañana, cuando el cielo esté despejado, mirarás atrás y te arrepentirás de haber faltado a clase; tu clase de ballet. Tranquilo, no es para tanto. Pero ten presente que es así como empezamos a empantanar nuestro propio camino, a razón de simples arrebatos emocionales. Así que no esperes a que te llegue la motivación, ve y búscala. Ya.
Practica conmigo: imagina que tu voluntad te agarra de los brazos, levanta tu cuerpo del sofá de tu casa y logra arrastrarlo hasta la academia. Ya en los vestidores, y aunque tu desmadejado cuerpo se resista, tu voluntad es capaz de quitarle la ropa, ponerle una a una las prendas del uniforme, peinarlo y, finalmente, empujarlo hasta la puerta del salón. De ahí en adelante, basta con el primer ejercicio, para que tus habilidades naturales vuelvan a tomar el control. El sólo hecho de reencontrarte con el movimiento, con tu elemento, bastará para que la esquiva motivación regrese a su cauce natural. No es un invento mío. Está comprobado que la actividad física tiene significativos efectos en el metabolismo; el cuerpo aprovecha mejor el oxígeno y los nutrientes, lo cual facilita la obtención y uso de la energía.
Entonces, sin darte cuenta, habrá terminado la clase y saldrás, para fortuna tuya, revitalizado. Y adivina qué: eso, además de derivar en un incremento de tu motivación, fortalecerá tu voluntad. Para que la próxima vez que tengas que valerte de ella, te resulte más fácil, casi automático, levantarte de ese cómodo sofá.
Motivación y voluntad se traducen en Persistencia. Busco la palabra en el diccionario: 1. Duración o existencia de una cosa por largo tiempo; 2. Firmeza y constancia en la manera de ser o de obrar. ¡Hay que ser terco para dedicarse a este oficio! Persistir en el logro de los objetivos, persistir en el perfeccionamiento de un paso; persistir frente a las dificultades, persistir a pesar del poco tiempo, del cansancio, de las críticas, de las ampollas… La persistencia da origen a la regularidad: asistir a clase cada día, todos los días. Más clase se traduce en más movimiento, el movimiento da origen a más energía y la energía, ya lo sabes, incrementa la motivación.
Esa es la razón por la que siempre te insisto: no puedo hacer nada por ti, si no vienes a clase. Lo que nunca te había dicho es que solo con venir ya estás haciendo mucho por ti.
Si quieres continuar leyendo esta carta, mira su tercera parte aquí: “Carta a un estudiante/III. Normas”.